Por: Paola Sierra Manrique, Jefe del Departamento de Educación de la Fundación Botánica y Zoológica de Barranquilla
@pasiema
Han pasado 40 años desde que se reunieron, por primera vez, 60 países para discutir las tendencias de educación ambiental y la necesidad de implementar este tipo de programas en el mundo. La reunión se realizó en 1975 en Belgrado, Yugoslavia.
Allí, delegados de todas las regiones se comprometieron a trabajar por un objetivo común: “mejorar la relaciones ecológicas, incluyendo las del ser humano con la naturaleza y las de los seres humanos entre sí” (UNESCO-PNUMA, 1975). También estuvieron de acuerdo en que la educación ambiental sería la forma para lograrlo, estableciendo entonces una meta global: “lograr que la población mundial tenga conciencia del ambiente y se interese por él y sus problemas, y que cuente con los conocimientos, las actitudes, la motivación y el deseo necesarios para trabajar individual y colectivamente en la búsqueda de soluciones a los problemas actuales, y para prevenir los que pudieran suceder” (UNESCO-PNUMA, 1975).
Durante los diez días de la reunión, los asistentes trataron de resolver una pregunta ¿Cómo orientamos al mundo para alcanzar esta meta global? Así surgió la Carta de Belgrado, un documento poco conocido, en el que se definen los principios de la educación ambiental, entre otros, los siguientes:
a) El ambiente hace referencia al medio natural, físico, ecológico, político, económico, tecnológico, social, legislativo, cultural y estético, es decir, que no se trata solo de aprender sobre la “naturaleza.
b) La educación ambiental es un proceso que dura toda la vida, no es exclusivo del colegio ni está relacionado con una clase.
c) Tiene un enfoque interdisciplinario, es decir, que todas las profesiones, los oficios, los conocimientos y las disciplinas aportan, cooperan, son responsables y están directamente relacionadas con ella, no es solo algo de biólogos o de las ciencias naturales.
d) Involucra a la sociedad y promueve su participación en la búsqueda de acciones individuales o colectivas para tratar de prevenir y resolver situaciones o problemas ambientales.
e) Debe estudiar y estar atenta a lo que sucede en el mundo, pero sin desconocer su contexto.
f) Estimula a los individuos a mantenerse actualizados y a prever situaciones ambientales.
g) Considera todo desarrollo y crecimiento desde una perspectiva ambiental; y, lo más importante, fomenta el valor y la necesidad de la cooperación local, nacional e internacional en la solución de problemas ambientales.
Gobiernos e instituciones han manifestado que la educación ambiental es la principal estrategia que tenemos como sociedad para aprender a relacionarnos y vivir de manera sostenible y, cada vez con más fuerza, se ratifica el papel que juega la educación en la transformación de la concepción que tenemos del ambiente, el desarrollo y la calidad de vida de las personas.
Es el momento para que los ciudadanos reflexionemos sobre las relaciones que tenemos con el ambiente, y que la consigna más conocida de la educación ambiental, la famosa “educar para conservar” (implica que las personas conozcan el ambiente que les rodea, para que así puedan cuidarlo, basada en la premisa de que si no lo conocen, no lo valoran y no lo cuidan) evolucione hacia un genuino interés ciudadano centrado en “aprender para actuar”. Aprender implica compromiso, hacer pequeños cambios, reconocer que lo que hago sí afecta el ambiente, ser ciudadanos críticos, deseosos de investigar, conocer, tomar posturas y decisiones individuales en nuestra vida cotidiana y estilos de vida, centrados en el conocimiento, para tomar parte activa, opinar y promover nuevos formas de comportamiento.
Si tan solo dejamos de creer que la educación ambiental es exclusiva para “ciertas disciplinas” y comprendemos que es ante todo educación para la ciudadanía, de esta manera todos seríamos responsables de la construcción de un proyecto educativo de ciudad sostenible y ambientalmente amigable. ¿Será posible?
Por su parte, la Fundación Botánica y Zoológica de Barranquilla promueve diariamente el desarrollo de programas de educación ambiental en la Ciudad. Creemos que los zoológicos resultan ideales para que los visitantes confronten sus ideas, expresen libremente sus inquietudes y asuman posturas críticas que los lleven a cuestionarse durante la visita sobre diversos aspectos que desconocen, generando interrogantes, como por ejemplo: ¿Cuál es la historia de los zoológicos? ¿Por qué existen los zoológicos? ¿Para qué sirven? ¿Cuál es su papel en la conservación de la biodiversidad? ¿Por qué están los animales allí? ¿De dónde vienen los animales? ¿En qué condiciones se encuentran los animales? ¿Cuáles son los retos que tienen como zoológico? ¿Por qué son organizaciones ambientales? ¿Qué retos y perspectivas tienen los zoológicos? ¿Qué pasa con el tráfico ilegal en Colombia? ¿Cómo podemos contrarrestar los problemas ambientales?
El Zoo se convierte entonces en un contexto real que nos permite escuchar y conocer la visión que tienen los visitantes sobre el ambiente, la manera cómo se están relacionando con él y cómo se relacionan entre ellos como seres humanos; de esta forma se pueden conocer las preocupaciones de los visitantes, sus inquietudes, sus intereses y las concepciones que tienen sobre los animales, las plantas o la vida silvestre. Lo anterior resulta fundamental para el trabajo de educación ambiental que se realiza, y constituye el insumo principal para orientar y diseñar programas que partan de la realidad social.
Desde hace 40 años también se celebra el Día Mundial de la Educación Ambiental, cada 26 de enero, una fecha que anualmente nos lleva a evaluar lo que estamos haciendo en educación, reconociendo que el Zoo ha estado viviendo un proceso de transformación, cada vez más interesado en cumplir con los estándares internacionales y la filosofía de un zoológico moderno, enfocado a la conservación de la biodiversidad; sin duda avanzamos como equipo, pero no podemos ir hacia allá sin el apoyo de la Ciudad, de los visitantes, de los gobernantes, líderes locales y ciudadanía en general. Juntos podemos enfrentar estos cambios, tenemos que ir más allá, no somos únicamente un lugar para ver animales, pasar el tiempo libre, encontrar información sobre animales o hacer tareas. Estamos comprometidos y trabajando por la conservación de la biodiversidad, y para lograrlo, la formación de todos nos permitirá transformar la cultura ambiental existente, y la educación será el eje fundamental para que muchas cosas cambien en el imaginario de los zoológicos llamados tradicionales.
Ahora bien, en la última encuesta de percepciones de las ciencias y las tecnologías en Colombia (Resultados de la III Encuesta Nacional de Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología, 2014), se indagó qué tanto uso hacen los colombianos de espacios y actividades dirigidas a comunicar la ciencia y la tecnología a públicos amplios. Allí se presenta que entre los años 2010 y 2012 los escenarios más visitados, después de los parques naturales, fueron los zoológicos y acuarios, resaltando que cuatro de cada diez colombianos estuvieron en ellos. Así, la alta visitación que tienen los zoológicos y acuarios en Colombia se convierte en una oportunidad para el desarrollo de programas educativos, y un gran reto para los educadores ambientales de estos espacios.
El Zoo ratifica su compromiso con la educación ambiental, aportamos a este proceso con la esperanza de que nuestros públicos aprendan a ser mejores ciudadanos, capaces de comprometerse con el ambiente. Ahora lo principal es ser responsables, como individuos, como instituciones, como líderes y como gobernantes. Aquí, no ser indiferente es fundamental, pues, después de 40 años de la Carta de Belgrado, lo mínimo que debemos haber aprendido como sociedad es que nuestros comportamientos cotidianos impactan nuestro ambiente. ¿O será que no?