Medio ambiente, ciencia e imaginación

Por Ángela Posada-Swafford*

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Imagen tomada de eje21.com.co

Los retos de cubrir los problemas ambientales son hoy mayores que hace un par de décadas, por varias razones.  Antes, el cubrimiento giraba alrededor de cosas obvias, visibles, orillas de ríos cubiertos de pintura, o materiales producto del desperdicio humano. Los temas en los 80 tenían que ver con grandes e icónicos desastres ambientales: Love Canal, Bhopal, Chernobyl, Three Mile Island, el Exxon Valdez.

Pero ahora, la naturaleza de las noticias ambientales puede ser profundamente diferente, haciendo que lo que antes era un reto, ahora sea aún más difícil de transmitir apropiadamente a los lectores. Los temas son menos obvios, y fenómenos como el calentamiento global o la acidificación de los mares son invisibles. Cubrir el medio ambiente apropiadamente no solo significa hacerlo con exactitud. Una montaña de datos puede estar correcta pero aun así transmitir malamente la importancia o urgencia de una situación. Allí, entonces, está la otra capa de responsabilidad –y dificultad– de un periodista ambiental.

Ese periodista tiene que desarrollar el instinto que solo se adquiere cuando se ha pasado un buen tiempo en el campo del periodismo medioambiental y de ciencia. Dicen que “no hay tal cosa como un almuerzo gratuito en Nueva York”. De la misma manera, un periodista que cubre la compleja ciencia del medio ambiente no puede esperar aprenderla de la noche a la mañana.

Uno de mis consejos más fervientes es acogerse a las asociaciones profesionales de periodismo científico y ambiental: Society of Environmental Journalists, por ejemplo, acepta miembros internacionales y les da un valioso apoyo en todo sentido.

La cuestión con el periodismo ambiental es que es una historia continua. Es decir, la noticia en general es casi siempre algo que sucede hoy. Una guerra comienza. Hay un terremoto. En cambio los grandes temas ambientales de este siglo tienen que ver con fenómenos que son complicados, difusos y mal entendidos. Los vertidos que se filtran a la tierra provenientes de parqueaderos, estaciones de gasolina y garajes colocan en los ecosistemas el equivalente a 1.5 cargas de petróleo del Exxon Valdez cada año. Pero trate usted de poner una buena foto de eso, o lograr que el editor de la portada de un periódico le preste atención o entienda las implicaciones.

De todas las historias sobre el medio ambiente en estos días, ninguna es tan importante e invisible que el cambio climático/calentamiento global. Muchos expertos dicen que será el problema ecológico que defina esta y las próximas generaciones, y que las acciones que tomemos o no tomemos ahora marcarán nuestro futuro. En la ciencia, los avances suceden de forma incremental. Poco a poco. Pero esa palabra “incremental”, es la muerte de un artículo noticioso, porque va en contra de todo lo que es un diario, un mundo donde se quiere anunciar una “verdad” absoluta e inmediata. “Hallada cura contra el cáncer de piel”, es el titular soñado por un editor, mientras que para un investigador, “Hallan una posible explicación sobre el mecanismo que hace a la piel tan vulnerable al sol, y al cáncer”, es el titular correcto.

La incertidumbre no es señal de mala ciencia. Es la forma en que funciona la ciencia. Pero los editores y reporteros a veces sucumben a la tentación de darle realce a la faceta más jugosa –y probablemente la menos sólida- de un desarrollo ambiental, especialmente al final de la tarde, cuando todo el mundo en la redacción de un periódico está pensando en entregar sus artículos. Y esto es un mal servicio a la sociedad a la que servimos los periodistas. Porque es justamente lo que ocasiona que la gente se confunda y que en su mente vean con cinismo el valor de los medios de comunicación, especialmente cuando, un mes después, la noticia viene con significado contrario.

Que la noticia esté bien por un día, es algo que está OK en una sala de redacción. Yo no estoy de acuerdo. Creo que el reportero debe poder juzgar cuando hay que apagar el instinto noticioso de la primera página, o que en lugar de 800 palabras merece 300, y más bien esperar avances en las investigaciones que lo solidifiquen o desmientan.

Otra cosa, es la que llamamos “la tiranía del equilibrio”. Desde hace siglos los periodistas confían en el método de citar un lado de un tema, con su lado opuesto. Los que dicen que sí y los que dicen que no. Algo así como una antimateria permanente. Es una forma rápida y fácil para demostrar que el reportero no está sesgado. Pero cuando se tiene entre manos un tema ambiental complicado, también es una forma de perpetuar la confusión en las mentes de los lectores, y de subrayar los dos polos de un tema que está más bien lleno de grises en la mitad, y que es más bien donde está el consenso general.

Una solución, que no es muy fácil, es cultivar científicos a ambos lados del debate (toxicología, climatología, etc.), cuya experiencia y no involucramiento en el tema sean obvios para el periodista. Ellos deberían serlas voces a las cuales acudir a la hora de una cita textual sólida.

Es importante para el reportero estar alerta acerca de las motivaciones que pueda tener su fuente. Si un científico, además de sus doctorados, también es miembro de grupos de abogacía sobre un tema X, es responsabilidad del reportero de hacerlo saber en la nota.

Quizás uno de los retos más difíciles en el cubrimiento ambiental es hallar la forma apropiada de garantizar un equilibrio entre el poderoso contenido emocional de un tema, y la ciencia sólida/estadísticas. Por ejemplo, considere una noticia acerca de un lugar donde se hayan registrado altas tasas de cáncer en los niños. El reportero tiende naturalmente a concentrarse en la parte trágica de las madres, y no hay forma de que el lector termine de leer sin quedar convencido de que hay algo en el agua o lo que sea, que ha contaminado a las víctimas.  ¿Qué tan sólida es la evidencia científica? ¿Es responsable saltar a conclusiones?

Lo único que yo pido es que el reportero entienda, y transmita a su audiencia, que el conocimiento científico es tentativo, que va paso a paso, que no es blanco y negro.

La forma de comenzar a entrenarse y evitar muchos pasos en falso en el cubrimiento de los temas ambientales (y por ende, científicos, pues el medio ambiente ES ciencia) es comunicarse más con los científicos. Entendiendo mejor cómo son los ritmos propios de la investigación, los hallazgos y las retracciones, el reportero recordará que el estado de conocimiento de las mil variables del cambio climático, o las sustancias que dañan el sistema endocrino, por ejemplo, está en constante flujo de ires y venires. Para esto hay que darse el lujo –y el trabajo- de usar algunos días calmados simplemente conversando con toxicólogos, ecólogos, químicos atmosféricos, etc., que no están bajo la luz pública porque no acaban de aparecer en los boletines de prensa de las universidades.

Entre más científicos con los cuales el reportero pueda conversar fuera de las presiones del trabajo diario de reportería, más podrá comenzar a explicarle a la gente lo que la ciencia puede y no puede ofrecer al debate de temas difíciles. Y más podrá cambiar la imagen negativa que los investigadores tienden a tener de los medios.

Hasta ahí, la mitad de la película

La otra mitad tiene que ver con la diferencia entre el reportaje ambiental, y la escritura de naturaleza. Mientras el primero está preocupado por contar la parte noticiosa y el entrelazamiento de las batallas políticas, económicas y ambientales, quienes escriben sobre naturaleza lo usan como una invitación a la meditación. De una idea abstracta (extinción de especies, calentamiento global, la biología de la muerte, la mente de un mono), surge una crónica de observación que le da al lector acceso a una idea mayor.

Aquí el reportero usa todas las herramientas de la buena literatura para crear un buen trozo de literatura de no ficción, que puede llegar a quedar grabado con fuego en la mente e imaginación de un lector. El arco narrativo puede ser una expedición, un desastre natural, una peregrinación espiritual, una exploración etnográfica o científica que sirva de marco a preguntas filosóficas de más calibre. Y el truco para un escritor de naturaleza es recordar el cuento, la literatura, la ciencia y las estadísticas, uniéndolo todo con un hilo plateado.

¿Cómo escribir sobre la vida emocional de los animales, las misteriosas cualidades de la nieve, o las creencias religiosas de los Tayrona? ¿Cómo escribimos sobre nacimiento y muerte? ¿Qué tanto nos separa de una bacteria, genéticamente? ¿Cómo es que la composición química de nuestra sangre es exactamente la misma de aquella en los penachos de las lombrices tubulares que viven a 5,000 metros de profundidad en el fondo del mar? Las fronteras que pensamos nos separan de otras criaturas son ilusorias. Todo tiene que ver con contextos, relaciones, interdependencia. Eso es ecología. Y eso, quizás, es más importante que le quede bien claro a un lector, que una noticia pasajera y puntual.

Porque, como dice Barry López en Sueños Árticos, “la tolerancia de misterio da vigor a la imaginación, y la imaginación es la que da forma al universo”.

Ángela Posada-Swafford*: Periodista de temas de ciencia y medio ambiente; autora de la colección de novelas de ciencia y adrenalina para jóvenes Juntos en la Aventura, editada por Planeta Lector.

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